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Jethro Tull – Rebuscando en la basura de «The Broadsword and the beast»

¿Son tan malos los discos malos de nuestros artistas favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Jethro Tull y su álbum de 1982 The Broadsword and the beast.

La década de los ochenta atopelló a Jethro Tull y dejó muchos cadáveres sonoros en su camino. Desde que Ian Anderson decidiera abandonar el folk-rock que tan feliz le hizo en los setenta, reformar la banda e introducirse en la modernidad de la nueva década, la irregularidad se apoderó de sus grabaciones en solitario y bajo el nombre de «los Tull». Sin embargo, de aquellos extraños trabajos rescatamos hoy el que puede que sea su último gran disco para ponerlo en valor.

De este álbum se ha dicho de todo. Anderson había abandonado su esencia y navegaba en terreno desconocido patinando sin parar. Que vivía más para sus negocios que para la música. Les atacaron por previsibles, por simplones, por dejar de lado las composiciones complejas. Y mucho odio de fans acérrimos a los sintetizadores y al poco protagonismo de la flauta. En cierto modo, la mayoría de las críticas atacaban al disco porque parecía abandonar los temas melódicos y armónicos que les hicieron famosos y buscaba un nuevo público, una modernez que no se entendía. Que no hay buenas canciones. Que parecen Moody Blues o Jean Michel Jarre. En definitiva, un disco olvidable.

Pero, ¿qué rebuscamos en la basura de este The Broadsword and the beast?

El propio Anderson aún hoy está satisfecho con él y un músico tan poco sospechoso de tener mal gusto como Steve Hackett (Genesis) adora The broadsword and the beast. Decimocuarto trabajo de estudio, cuenta con Ian Anderson en la voz principal, las guitarras acústicas y la flauta, el imprescindible y poco valorado Martin Barre a las guitarras, el bajista David Pegg (Fairport Convention) y los nuevos Peter-John Vettese al piano y los sintetizadores y Gerry Conway (Cat Stevens) a la batería. Las composiciones corren todas a cargo de Anderson, cuya creatividad explotó aquellos meses; quizá no haber editado un álbum el año anterior (como era costumbre) propició que grabaran dieciocho canciones en aquellas sesiones, de las que diez formaron parte de la edición original y las ocho restantes completaron la reedición del 2005. Anderson vivía por entonces en la isla escocesa de Skye (donde tenía una piscifactoría); a aquellas tierras llegaron los vikingos en numerosas ocasiones y las historias que allí narraban, así como lugares históricos (el fuerte de Dun Rigill), le inspiraron buena parte de estas historias. Anderson habla de sus inquietudes sociales y personales con esa clave épica reflejada en buena parte de las canciones, con el trasfondo de la decadencia del mundo occidental que él veía a su alrededor y cierto toque ecologista. El álbum se dividió en dos partes: la primera «Beastie» más personal, alrededor de los demonios internos y cómo lidiamos con la soledad y el miedo, por ejemplo; la segunda, «Broadsword», más enganchada a esa epicidad vikinga. 

La presencia de los sintetizadores y las programaciones en la mayoría de los casos está bien encajada y solo toma protagonismo en momentos puntuales; la batería suena contundente, el bajo suena dinámico y las guitarras destacan sobremanera en muchas partes. Así, la mezcla del sonido folk-rock de antaño y los elementos tecnológicos más «modernos» encajan a la perfección, en especial cómo empastan los sintetizadores con las acústicas y la flauta o el modo en que la presencia de la guitarra eléctrica deslumbra. Las canciones contiene melodías muy pegadizas y bien elaboradas, algo alejadas del prog y más cercanas al pop-rock en ocasiones, sencillas, accesibles, pero no por ello carentes de buenos arreglos y cambios de ritmo y tono. Anderson, además, está a un gran nivel como cantante, sonando muy versátil. 

Y, sobre todo, escuchamos soberbias canciones. Beastie tiene una entrada magnífica, con la voz sobre el sintetizador, una guitarra con buena presencia en el estribillo y un buen solo y unos coros poderosos. Dentro del Universo Anderson, casi suena a heavy metal de principios de los ochenta. La letra habla de esa bestia interna que nos acecha, que no podemos ocultar: «you can pop those pills and visit some psychiatrist who’ll say/there is nothing I can do for you, wverywhere’s a danger zone/I’d love to help get rid of it but i’ve got one of my own». En Clasp se mezcla lo clásico y lo moderno de la banda; suena una excelente flauta sobre una base de sintetizadores, la voz está muy trabajada en el estudio con efectos electrónicos en una melodía que podría haber salido de Aqualung; en la primera escucha, extraña, pero se ha convertido en uno de mis momentos favoritos: «lets break the journey now on some lovely road». Fallen on hard times es otra excelente, con un rollo más roquero y un ritmo pegadizo, con buena pegada de la batería. El piano de Flying colours y la melódica línea vocal abren un corte que se retuerce en una rítmica composición basada en la guitarra de Barre que viene y va en armonía con Anderson. Los arreglos de teclados en el puente y el estribillo le da un aroma a rock-pop muy de época, otro de los momentos cumbre del álbum. Broadsword, quizá la mejor del disco y de lo mejorcito de Jethro Tull después de sus años de gloria, tiene un rollo oscuro, acechante, con un crescendo hasta el solo tremendo de guitarra, donde la tensión y los arreglos se intercalan alrededor de la historia. El folk de Pussy willow, una de las fundamentales del disco, con un ritmo marcado, buen arreglo vocal y un agradable guitarreo jugando con la tensión lento-rápido; fundamental la pegada de batería en la fluidez del tema. El cierre con Cheerio, una despedida sencilla y emotiva donde los teclados suenan casi como gaitas: «I’ll pour a cup to you my darling/raise it up, say cheerio».

La parte gráfica merece un comentario aparte. Excelente en su diseño y en su concepto. El artista Iain McCaig escogió trasladar el mensaje de la canción Broadsword y su épica (casi) vikinga. De ahí la portada con la espada y Anderson en plan desafiante y socarrón y la contraportada con el barco rugiendo en las olas nocturnas. El detalle de usar las velas para los créditos y el marco figurando un cuadro del que se escapan las imágenes protagonistas tiene una fuerza increíble. En el marco se observan las cabezas de los músicos y las primeras líneas de Broadsword trasladadas a un alfabeto de runas. McCaig trabajó para Lucasfilm y le debemos diseños míticos en el mundo de Star Wars, como los personajes de Darth Maul o Padmé Amidala. Cuidado hasta el exceso, con esa caligrafía elaborada en el interior y la «galleta» del vinilo.

Suficiente basura para que te pongas a escuchar como se merece este The Broadsword and the beast. Y si ya lo amabas antes, para recrearte una vez más.

Metallica – Rebuscando en la basura de «Load/Reload»

¿Son tan malos los discos malos de nuestros artistas favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Metallica y sus álbumes Load (1996) y Reload (1997)

Muchos die hard fans de Metallica abandonaron el barco cuando publicaron su álbum «negro» en 1991: habían abandonado el thrash, se habían vendido al mercado. La mayoría, sin embargo, aguantaron el tipo y disfrutaron de aquella colección de canciones que les encumbró como los reyes absolutos del lado oscuro de la música. Cuando pocos años después salió publicado Load, una gran mayoría de esos fans miraron con ojos de sorpresa el cambio de imagen y escucharon con sus orejas más sorprendidas aún el «nuevo» sonido. Lars se rascó la cabeza para decir «este álbum trata de lo que es Metallica, explorando diferentes cosas; el minuto que tú paras de explorar es cuando te sientas y te mueres». Un año más tarde, editaron su gemelo, Reload, siguiendo la misma senda. Y muchos fans se dieron cuenta que ese cambio era definitivo.

Hoy en nuestra sección Rebuscando en la basura queremos poner en valor ambos discos, imaginados como uno solo. Kirk Hammet lo explicó claramente: «Los pensamos como un álbum doble, pero no queríamos pasar tanto tiempo en el estudio. Además, un álbum doble hubiera sido demasiado material para que la gente lo digiriera y parte de él hubiera caído en el olvido». Hubo un primer trabajo en el estudio entre mayo de 1995 y febrero de 1996, de donde salió la totalidad de Load y una parte de Reload, que se finalizó con un segundo esfuerzo entre julio y octubre de 1997.

Ambos discos han recibido críticas muy dispares, muy poco halagadoras por parte de sus fans de los ochenta, algo más conservadoras por parte de su público de los noventa. Visto en perspectiva, sería bueno coger a los cuatro jinetes justo un par de días antes de entrar en el estudio por primera vez, echarse unas cervezas y explicarles «así no, chavales, no hace falta tanto country, tanta mezcla, tanta autocomplacencia, tanto rocanrol de autocaravana, un poco más de mala hostia, por favor». La máquina del tiempo la tengo en el taller, así que nos vamos a conformar con hacer una selección de los mejores temas como si de aquellas sesiones hubieran decidido escoger once canciones y titular al álbum ReLOADed, baby!

Así pues, ¿qué rebuscamos en la basura para este ReLOADed, baby!?

Empezamos con dos canciones sobre las adicciones del propio Hetfield. Fuel, corte rudo, contundente, un sencillo y buen estribillo, para continuar con The house that Jack built, toque oscuro, emparentada con el «black album» y cierto aire Sabbath en el riff. Seguimos con Until it sleep, de base roquera, súplica de ayuda «and the pain still hates me/so hold me until it sleep» para empalmar con The memory remains, reflexión, curiosamente, sobre la fama y sus consecuencias; riff grueso y buen trabajo de Hammet. Better than you es una sencilla canción de estructura clásica con una estupenda parte instrumental.

La canción donde mejor adaptaron los sonidos Alice in Chains fue Where the wild things are, con un desarrollo largo y bien arreglada. Esa influencia nineties también resuena en Carpe diem, baby con un toque más oscuro, más personal, en una invitación a no resignarse «so take this world and shake it/come squeeze and suck the day/come carpe diem baby». El largo discurrir de Bleeding me está lleno de buenos momentos, tanto en la interpretación vocal de Hetfield como en el guitarreo, con cambios bien resueltos. No puede faltar el rollo acústico de Mama said; en este álbum Hetfield quemó a muchos fantasmas (sus adicciones, su depresión, sus miedos) y en esta ocasión habla de su madre, fallecida cuando él era un adolescente  “I need your arms to welcome me/but, a cold stone’s all I see”. Cerramos con un poco de caña. Riff clásico de Metallica, que repitieron de diversos modos, Ain’t my bitch funciona muy bien, con rabia, una canción para patear algunos culos «now it’s time to kiss your ass goodbye». Y una de las tapadas, con su riff a dos guitarras, Prince charming, aroma seventies, «when no one wants to see/see what you brought this world/just what you want to see».

¿Suficiente basura por hoy? Metallica no han pasado a la Historia del Rock precisamente por estas obras, pero siempre hay algo que rescatar en cualquier disco suyo. Aquí te dejo un enlace a la playlist de ReLOADed, baby! en Spotify y en Deezer.

Twisted Sister – Rebuscando en la basura de «Love is for suckers» – 1987

¿Son tan malos los discos malos de nuestros artistas favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Twisted Sister y su álbum de 1987 Love is for suckers.

Tras el éxito de Stay Hungry (1984), que alcanzó el doble platino en los Estados Unidos, la lucha mediática contra las damas censoras del PMRC, que te contamos aquí, y la edición de Come out and play (1985), que consiguió el disco de oro, el cantante Dee Snider estaba cansado de su vida roquera en la banda. Quería parar, un paréntesis, y recobrar la mala leche de Twisted Sister con sus colegas unos años después. Compuso canciones para un disco en solitario: buscó a músicos distintos y por allí aparecieron Kip Winger, Reb Beach, Steve Whiteman (Kix) . Beau Hill se encargó de producir unas canciones ya medio hechas donde el toque pop que Snider siempre había tenido se imponía a los ganchos metaleros de las producciones anteriores. Pero, qué le vamos a hacer, la compañía le obligó a editarlo bajo el nombre de la banda. Y se armó el lío.

De este álbum se ha dicho de todo. Abandonaron la rudeza, las pintas agresivas, los malos rollos y compraron todos los clichés de la época: baladas de amor, himnos tabernarios, teclados en primer plano, overdubs y ecos por todos lados. Han dicho que es un «insípido disco de pop-metal» o que «está lleno de sonidos copiados de sus contemporáneos» o que «ningún fan de la banda cantaría esos estribillos». Al que sería último disco y pasaporte a la ruptura durante casi veinte años se le ha calificado como flojo, pomposo y popero. Que no hay buenas canciones. En definitiva, un disco olvidable.

Pero, ¿qué rebuscamos en la basura de este Love is for suckers?

No se puede negar que la producción y la forma de componer y arreglar las canciones no sigue el camino trazado por Twisted Sister en sus discos anteriores: Dee y Beau Hill querían sonar, precisamente, pomposos y mezclar las melodías pop y los estribillos pegadizos con guitarras y baterías más duras. De hecho, Twisted Sister ya lo habían hecho antes, pero dejando el peso mayor en la parte metalera. Aquí se invierte.

En primer lugar, Snider canta con una convicción y una entrega entusiástica, y todas las canciones cuentan con una línea melódica trabajada y pegadiza. El comienzo con Wake up (the sleeping giant) podría estar en sus discos anteriores, quizá la más ruda, igual que la canción Love is for suckers, que corre con un buen riff y un estribillo con mala leche. Un rollo similar, aunque ya más adornadas, encontramos en Tonight y la final Yeah! Right! con esas estrofas de voz-batería cortadas por las guitarras y los gritos.

Las más melódicas ya suenan a otra cosa, y ahí está, quizá, el lastre del álbum; que queremos escuchar a Twisted Sister y ya no aparece más. ¿Y son malas? El single Hot love presume de unas fantásticas guitarras con otro conseguido estribillo, Me and the boys roquea al estilo de Leader of the pack, por ejemplo, y I want this night to last forever es un estupendo ejercicio de pop rock. ¿Falta azúcar? La balada You are all that I need la tiene toda, con una letra manida y teclados repetidos en cien cortes iguales; pero Snider la canta con tanto ¿amor? ¿énfasis? ¿entrega? que resulta adorablemente pegajosa.

La banda se separó un par de meses después, hasta el 2004. En todos estos años de gira tan solo han rescatado algún tema suelto. Snider contó en sus memorias «quería hacer un álbum en solitario, un disco más comercial, quitarme de encima el arsenal de Twisted Sister y tocar con músicos de fuera». Y vaya si lo logró. La aventura le salió torcida y la competencia MTV de aquellos años acabó con cualquier segunda oportunidad.

Suficiente basura para que te pongas a escuchar como se merece este Love is for suckers. Y si ya lo amabas antes, para recrearte una vez más.

Uriah Heep – Rebuscando en la basura de «Sonic Origami» – 1998

¿Son tan malos los discos malos de nuestros artistas favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Uriah Heep y su álbum de 1998 Sonic origami.

Las bandas de largo recorrido suelen sufrir cambios, altibajos, atraviesan las modas de cada época. Uriah Heep se ha mantenido activa desde finales de los años sesenta hasta hoy en día publicando la friolera de veinticuatro discos de estudio, más un buen puñado de directos. A finales de los años 90, cuando la mayoría de los grupos de hard & heavy de su generación habían pasado a la inactividad obligada o, directamente, desaparecido, estos tipos grabaron una obra, tan despreciada como ignorada, para el mercado japonés a la que titularon Sonic origami (un año después editada en el resto del planeta).

Lo que hicieron Mick Box (guitarra), Phil Lanzon (teclados y sintetizadores), Trevor Bolder (bajista), Lee Kerslake (batería) y Bernie Shaw (cantante) fue componer y grabar sin presión un álbum que satisficiera sus propios gustos y que sonara «atemporal». Eligieron al productor Pip Williams para ello, por sus trabajos con Status Quo o The Moody Blues. Viajaron un par de horas en coche a los estudios Chipping Norton en Oxfordshire, cerca de la familia, intentando llevar esa concentración y calma también a la música.

Al vigésimo disco de estudio de Uriah Heep se le ha calificado como flojo, lleno de baladas, un poco pomposo en las letras, de producción algo plana y popera. Se dice de él que es un «quiero y no puedo», que todo suena «a refrito». Que no hay buenas canciones. En definitiva, un disco olvidable.

Pero, ¿qué rebuscamos en la basura de este Sonic origami?

Aunque es cierto que la producción es muy «amable», las canciones en sí contienen un gran trabajo: buenas composiciones bien arregladas, con cada músico ejecutando a la perfección su parte y algunas letras muy sentidas. Mick Box y Phil Lanzon se encargan de la mayoría de los cortes, con Trevor Bolder aportando su grantito de arena. Además, las canciones son muy distintas entre sí pero mantienen una vida común, un hilo que da coherencia al álbum. Y, aunque habría que destacar a todos los intérpretes, no puedo por menos que dar una mención especial a Bernie Shaw, simplemente excelente (en Heartless land o Question, por poner dos ejemplos).

Siempre, en esta sección, nos gusta destacar algunas canciones, esas por las que deberías empezar a pinchar si quieres disfrutar de Sonic origami. Encontramos el espíritu seventies en Between two worlds (increíble Hammond y dos solos de guitarra), In the moment, Feels like (ese riff), I hear voices o Everything in life (mi favorita). Juegan con sonidos más eighties, algo de AOR y aromas más poppy en Perfect little heart (mágica melodía vocal), Only the young o Across the miles. Y suenan de muerte las acústicas y los arreglos orquestales de The golden palace y Shelter from the rain.

Es obvio que Sonic origami no está entre los cinco mejores trabajos de Uriah Heep. Pero es que la discografía de estos tipos tiene mucho nivel. El sexto o el séptimo de veinticuatro no está nada mal. Como extra, durante la posterior gira grabaron varios conciertos que acabaron formando el directo Future echos of the past, uno de los más recomendables de su larga carrera, en los que escuchamos hasta ocho cortes de los aquí comentados.

Suficiente basura para que te pongas a escuchar como se merece este Sonic origami. Y si ya lo amabas antes, para recrearte una vez más.

Judas Priest – Rebuscando en la basura de «Ram it down» – 1988

¿Son tan malos los discos malos de nuestros artistas favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Judas Priest y su álbum de 1988 Ram it down.

Para una banda que llena estadios, con diez discos de estudio en su haber, en lo más alto de su carrera, lidiar con un nuevo álbum no es fácil. La dinámica de éxito que comenzó a finales de los setenta y que llegó a 1985 con Judas Priest a pleno rendimiento intentó parir un álbum doble que habría de llamarse Twin Turbo. Tenían preparadas más de veinte canciones. Pero la compañía de discos no lo vio claro y editó uno sencillo, Turbo, plagado de sintetizadores y coros amables. Lo cierto es que vendió muy bien (más que ningún otro), les llevó a girar por grandes recintos a lo largo de todo el planeta y les llenó el bolsillo de dinero (más aún). Pero los fans viejos les llamaban traidores, les decían que habían abandonado el heavy metal para recrearse en sonidos «modernos» ¿Qué hacer ante la grabación de un nuevo disco?

Lo que hicieron Glen Tipton (guitarra), K. K. Downing (guitarra), Ian Hill (bajista), Dave Holland (batería) y Rob Halford (cantante) fue repescar algunas canciones sobrantes del proyecto Twin Turbo y regrabar las guitarras y algunas voces. Compusieron (o terminaron de componer, según) otras ocho y metieron una versión que originalmente se hizo para una banda sonora. Y con eso y una mezcla salió a la calle Ram it down.

Al undécimo disco de estudio de Judas Priest se le ha calificado como flojo, previsible, poco inspirado. Se dice de él que Halford hace uno de sus peores interpretaciones, que la batería está toda programada, que los sintetizadores siguen siendo protagonistas. Que dónde está el bajista. Que no hay buenas canciones. En definitiva, un disco olvidable.

Pero, ¿qué rebuscamos en la basura de este Ram it down?

Como siempre, rescatamos las mejores canciones, bien grandes incluso en el Universo de unos monstruos en lo suyo. La inicial Ram it down con su riff veloz y ese grito inicial del Metal God nos regala un anticipo de lo que sería Painkiller dos años después; buena letra y gran estribillo. El doble bombo de Hard as iron, con una sección de armonías guitarreras digna de Defenders of the faith, por ejemplo, otra gran interpretación de Halford y un excelente solo de Glenn. La épica Blood red sky, con sus ocho minutos crecientes desde la iniciática calma hasta el clímax final; quizá la canción en la que los sintetizadores mejor suenan, adornando la historia del cyborg o el guerrero metálico, que se enfrenta a su batalla final. El rock metal de estadio de I’m a rocker, con su letra simplona («I live each day like it’s my last/I live for rock and roll I never look back»). Incluso Come and get it, con un estribillo facilón pero pegajoso, contiene buenas guitarras. La autocomplaciente Monster of rock, con su rollo Black Sabbath en la construcción, te arrastra a una sonrisa de complicidad.

Es obvio que Ram it down no está entre los cinco mejores trabajos de Judas Priest. Pero es que Judas tienen mucho nivel. Quizá si se hubieran metido en el estudio con Chris Tsangarides (por ejemplo) y estas canciones hoy no estaríamos rescatando este disco del olvido metalero, quién sabe.

Suficiente basura para que te pongas a escuchar como se merece este Ram it down. Y si ya lo amabas antes, para recrearte una vez más. Aquí os dejo, de regalo, un enlace a un bootleg de la gira correspondiente.

Y si quieres más basura de Judas Priest, pincha por aquí…

Las portadas de Judas Priest

Las mejores versiones de Judas Priest

Guerra de décadas: Judas Priest (¿fueron mejores los 70 o los 80?)

Accept – Rebuscando en la basura de «I’m a rebel» – 1980

¿Son tan malos los discos malos de nuestros músicos favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de los alemanes Accept y su álbum de 1980 I’m a rebel

Accept - Cover_-_i'm_a_rebel

Cuando se repasa la discografía de cualquier banda longeva siempre encontramos discos que adoramos frente a otros que nos repelen. Si se trata, además, de una banda mítica en el Universo Heavy Metal con tantos cambios como Accept el debate se vuelve más visceral. Claro que hay una serie de discos imprescindibles (esos maravillosos años ochenta), pero, ¿y el resto? En Rebuscando en la basura presumimos de rescatar esos álbumes a nuestro juicio injustamente vapuleados por crítica y público, música adorada por estas pantallas, y de Accept reivindicamos hoy su segundo álbum, el iniciático I’m a rebel de 1980.

Grabado a finales de 1979 por una banda joven en proceso de formación y bajo las órdenes de Dirk Steffens, un productor con poca experiencia, muestra una gran influencia del hard rock de los setenta, cierta falta de coherencia en algunos momentos y una indefinición de estilos. De este álbum se ha destacado su «poca inspiración», que presenta una «mezcla de experimentos inconclusos» o que es «un intento fallido de conseguir un buen trabajo». El propio Udo Dirkschneider (cantante) confesó que había «mucha gente intentado manipular a la banda» para, al final, impedir el desarrollo de sus ideas en favor de la «comercialidad» del producto. Querían hacer de ellos unos Scorpions de estadio.

Pero ¿qué rebuscamos en la basura de este I’m a rebel?

Para empezar, el trabajo de dos míticos miembros del grupo como Wolf Hoffman n(guitarrista) y Peter Baltes (bajista y cantante). Hoffmann comienza a mostrar unos riffs estupendos, muy influenciados por Judas Priest y Michael Schenker, algunos solos bien clavados y una labor compositiva que anuncia los futuros éxitos en canciones como China Lady o Thunder & Lightning. Baltes, además de marcarse un ejemplo de acompañamiento hard/metal al bajo, canta estupendamente en las dos baladas del disco, The king y No time to lose (por cierto, con una parte principal de guitarra sencilla pero genial). Junto a ellos el ya mencionado Udo afila su garganta en la propia China Lady, en Save us, otro punto alto del disco, y en la más comedida I wanna be no hero (con ese toque amable en el ritmo y el estribillo). Se editó como single la canción que da título al álbum, I’m a rebel, curiosamente una canción compuesta por Alexander Young, hermano mayor de unos tal George, Malcolm y Angus Young. Como premio, tiene, por lo menos, dos portadas, lo cual también tiene su gracia, la original alemana y la re-edición para el mercado anglosajón, donde cambiaron, además, el título (se denominó como la banda).

Suficiente basura rescatada para darle una escucha a este disco.

 

 

Scorpions- Rebuscando en la basura de «Pure instinct» – 1996

i¿Son tan malos los discos malos de nuestros músicos favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Scorpions y su álbum Pure instinct de 1996.

Editado tras unos años de éxitos, sobre todo en los escenarios, con mastodónticas giras mundiales, después de un directo de título Live bites y un nuevo contrato discográfico, Pure instinct significó el decimotercer álbum en estudio de Scorpions, su apuesta en el postgrunge, con el Nu Metal asomando las orejas en las listas de ventas. El nacimiento del disco ya venía gafado. El productor elegido, Bruce Fairbairn, tuvo problemas de salud y agenda, por lo que se recurrió a Keith Olsen. Pero tampoco salió adelante la colaboración y finalmente produjo la mayoría de las canciones el alemán Erwin Musper (mano derecha de Fairbarin). Comenzaron grabando en Nueva York, siguieron en Los Ángeles y lo terminaron en sus propios estudios en Hannover.  Además, el batería Herman Rarebell desaparece de escena y es sustituido por Curt Cress «el breve». Por terminar de enmarcar el momento vital del grupo, Klaus Meine (cantante) y Rudolf Schenker (guitarra) estaban cerca de los cincuenta años y Matthias Jabs (guitarra) acababa de traspasar la cuarentena.

La crítica se cebó con el disco, catalogado de «flojo», «blandito», lleno de baladas aburridas y poco mordiente, con una producción irregular. Se lleva un aprobado pelado en la mayoría de las webs, de hecho.

Pero ¿qué rebuscamos en la basura de este Pure instinct?

Como de costumbre en esta sección, rescatamos, primero, las canciones. Hay poco hard rock de guitarras contundentes (al estilo Scorpions, obviamente), pero Stone in my shoe  y Wild child roquean al viejo estilo, con buenos riffs y estribillos. Oh, girl (I wanna be with you) recuerda al álbum Savage Amusement, ese rollo pop rock con sentimiento pero contundencia (obviar su tonta intro vocal). La pega es que no hay más. El resto son medios tiempos, baladas, algún experimento sonoro novedoso. La verdad, todo junto, se hace un poco pesado. Pero también hay chicha buena.

When the rivers flow se sale de los estándares de Scorpions pero está entre las grandes canciones del grupo, con un regusto de finales de los setenta: buen ritmo, acústicas estupendas, línea melódica clásica, una letra efectiva que conduce a un sencillo estribillo. Los teclados acompañan con acierto la canción y el solo final es muy correcto. La balada con orquesta como protagonista You and I es otro tema de tufo clásico, quizá demasiado azucarado pero de arreglos excelentes y un Maine preciosista con un solo final temible. But the best for you presenta una power ballad de cambios rítmicos interesantes, estribillo poderoso y guitarras magistrales. A recuperar la melodía de Does anyone know.

En su conjunto, el trabajo vocal de Maine mejora los discos anteriores, casi me atrevería a decir (salvando las composiciones) que del nivel de sus clásicos de principios de los ochenta. La producción deja un poco de lado la garra de las guitarras, hay demasiadas acústicas y baladas y falta hard, eso es cierto, pero no debe ocultar un buen trabajo compositivo, interpretado con la experiencia y el gusto de unos músicos creativos luchando por mantener su propio estilo en el océano mediático de la época.

Suficiente basura rescatada para darle una escucha a este disco.

Pero si aun así queréis más “basura made in Scorpions” probad con estos enlaces:

KISS – Rebuscando en la basura de «Hot in the shade» – 1989

 

¿Son tan malos los discos malos de nuestros músicos favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura del  álbum número 23 de KISS, editado en 1989: Hot in the shade. Allá vamos.

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No fue muy acertada la salida de este álbum en octubre de 1989: una portada extraña, una campaña visual y unos vídeos ajenos al contexto comercial de la época y la falta de un tema comercial que llamara la atención del público. Hasta que la balada Forever se editó como single en enero del año siguiente para alcanzar el número 8 en las listas de ventas. El álbum recibió atención, comenzaron a llenar los conciertos hasta el punto de ampliar las fechas de la gira y consiguieron salvar, un año más, sus cuentas corrientes. Aún así, el álbum que menos vendió de KISS en los ochenta.

Gene Simmons y Paul Stanley decidieron retornar a sus sonidos clásicos (los setenta) con una producción menos elaborada en un estudio pequeño, recurrieron a compositores externos (Vini Poncia, Tommy Thayer, Desmond Child, Bob Halligan) y buscaron tocar varios palos con sus canciones. Y el resultado fue desigual. Además de la falta de una gran canción, el álbum contiene temas de relleno e incluso descartes de otros discos.

Y le llovieron muchos palos.

Pero ¿qué rebuscamos en la basura de este Hot in the shade?

Lo primero rescatar obligatoriamente algunas buenas canciones. Hide your heart maneja una melodía con gancho, comercial, y un estribillo pegadizo, con una acertada guitarra y buenos coros. Read my body tiene otro buen estribillo, un patrón de batería excelente, engancha. Little Caesar, en la voz de Eric Carr, es resultona. La influencia blues de Rise to it y Cadillac dreams resulta original en el cancionero de la banda y esa sección de vientos al final de la segunda queda muy bien. El rollo soul de Silver spoon con su coro góspel sale adelante con acierto. El riff de Betrayed y su rápido estribillo, con un Bruce Kulick demostrando (un poco) que también sabe tocar la guitarra.

Aunque la producción recibió muchas críticas, a mí ese rollo maqueta sin tanto adorno ni sobreproducción me gusta, incluso hoy en día. La batería de Eric Carr suena potente y a veces salva el partido, aunque en algunos temas suena la máquina (una pena). Las guitarras pecan de irregulares, más por la mezcla que por otra cosa, pero la mayoría de las canciones arriba mencionadas tienen buenos riffs, arreglos correctos y algunos solos destacables. Simmons, por fin, se involucra en un disco aportando algo más de calidad que en años anteriores. Hay que seleccionar ocho o nueve temas de los quince que contiene Hot in the shade para juntar un disco que hubiera sido realmente recomendable, aunque…

Suficiente basura para pasar el rato.

 

Rebuscando en la basura de Pink Floyd.

Rebuscando en la basura de AC/DC.

Rebuscando en la basura de Iron Maiden.

 

 

AC/DC – Rebuscando en la basura de «Flick of the switch» – 1983

¿Son tan malos los discos malos de nuestros músicos favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de AC/DC y su álbum Flick of the switch de 1983

ACDC flick of the switch

Revisar la discografía de una banda tan grande e histórica como AC/DC es un ejercicio que recomiendo realizar de vez en cuando a cualquier fan roquero (especialmente si te van los australianos). Eso pone a nivel sus logros y sus fiascos y ayuda a reforzarte tus sentimientos sobre sus canciones, a amar o a odiar (más aún). Hoy me permito traer a esta sección uno de sus discos más controvertidos: para muchos el que marcó la definitiva decadencia de los hermanos Young, un disco vapuleado por público y crítica.

A este disco se le acusó de caer en la simpleza compositiva, de ser repetitivo, de conformarse con letras y estribillos fáciles, de carecer del punch en la producción de los anteriores con Robert «Mutt» Lange a los controles en pos de una supuesta crudeza que les acercara al sonido sucio del heavy rock de los primeros ochenta. Se desmereció la técnica de los Young  y también el trabajo rítmico, con el disparador en lo «cuadriculado» de las estructuras, en una época en la que Malcom y Phil Rudd atravesaban una pesadilla con el alcohol (el batería acabó fuera del grupo durante la grabación siendo sustituido por Simon Wright).

Uno de los problemas de este álbum es la ausencia de singles, de ese pelotazo que tuvieron los tres álbumes anteriores (Highway to hell, Back in black, For those about to rock…) y que llenaba las radiofórmulas (la MTV ya estaba empezando a ser importante). Además, la portada y el aire tosco que envuelve Flick of the switch y a la imagen de la banda, incluyendo el vídeo del primer single, no ayudó (ni ayuda) a darle valor a este álbum, siendo descartado casi desde el momento en que lo ves. Aun así, vendió un millón de copias y les llevó de gira mundial una vez más.

Pero, ¿qué rebuscamos en la basura de este Flick of the switch?

Quizá sea uno de los discos más AC/DC de toda su discografía, con lo bueno y lo malo que eso implica. La producción se va años atrás, antes de que Mutt Lange lo agrandara todo, pero manteniendo ese buen rollo roquero que habían comenzado a perder, para mi gusto, en For those about to rock… Este Flick of the Switch es el disco más Bon Scott en la voz de Brian Johnson. Y, de hecho, lo prefiero a otros más aclamados por crítica y fans como The Razors Edge o Ballbreaker.

En cuanto a las canciones, si bien le falta ese megatemazo que solían meter (y metieron) en sus discos, esa chispa vendedora, el conjunto mantiene un nivel mayor que cualquier disco de los ochenta o los noventa (obviamos Back in black, por favor). Los riffs Young están vivos y aunque a veces suenan repetidos, como los solos (joder, esto es AC/DC), te hacen mover el culo como siempre. La estúpida Bedlam in Belgium me encanta: ¿cuántos riffs más «puros» que el de esta canción? El estribillo es atemporal en su discografía, como los cambios o el ritmo machacón de la batería. ¿Y eso es criticable? Una joya.

No me voy a venir arriba y defender, como he leído en alguna crítica, que está entre los tres mejores de AC/DC, pero lo escucho con más frecuencia y gusto que otros ya nombrados aquí. Para mí es una lástima que nunca recuperen en directo canciones como This house is on fire y sus cuatro acordes, la propia Flick of the switch, Nervous shakedown o Guns for hire.

Suficiente basura para que te pongas a escuchar como se merece este álbum. Y si ya lo amabas antes, para recrearte una vez más en su poder hard roquero.

Y si quieres más basura de AC/DC, pincha por aquí…

AC/DC – Guerra de décadas (1)

AC/DC – Live – 1992

Live after death: grupos de rock que resurgieron de sus muertos

 

Iron Maiden – Rebuscando en la basura de «No prayer for the dying»- 1990

¿Son tan malos los discos malos de nuestros músicos favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Iron Maiden y su álbum No prayer for the dying de 1990

En una discografía tan mítica y mitificada como la de Iron Maiden todos tenemos nuestras filias y nuestras fobias. A pesar de que es una de mis bandas favoritas no adoro con ceguera sus discos míticos, plagados de enormes canciones y algunos fiascos igual de memorables, ni trago la basura que han desarrollado con mejor o peor criterio en obras menos lúcidas. Así que a la hora de traer un disco a rescatar a esta sección ninguno mejor que No prayer for the dying, el peor de la primera época de Bruce Dickinson, el que marcó el debut de Janick Gers y el adiós temporal de Adrian Smith. Uno de los más vendidos de la banda, por cierto, y su último pelotazo en los Estados Unidos. Vaya, casi siempre se coloca al final de la lista de favoritos junto a The final frontier o Virtual XI

A esta obra se le ha acusado de falta de inspiración, de reciclar ideas, de una producción plana o de traicionar, directamente, el propio legado. Cierto es que las canciones son cortas, nada pretenciosas, con riffs sencillos y progresiones más simples, buscando, supongo ampliar el mercado hacia orejas menos metálicas y más roqueras. El gran cambio lo entendemos a través de  la interpretación de Dickinson, que roza el hard rock y abandona en la mayoría de las melodías su bombástico estilo y se vuelve rasposos, oscuro, un poco setentero. Giro estilístico que explotaría en sus primeros pinitos en solitario. Así, las composiciones se aligeran en un intento de «volver a los primeros discos», según muchos entendidos, pero yo no lo creo así: Harris y compañía intentaron sacar tajada del último subidón hard-roquero de finales de los ochenta con canciones como el single Bring your daughter… to the slaughter, un saca-cuartos musical sin mucha chicha, pero mejores que The assassin, Public enema number one o la infumable Tailgunner.

Pero ¿qué rebuscamos en la basura de este No prayer for the dying?

En contra de la opinión tan generalizada, y sin venirme arriba, creo que no es malo. Su principal defecto es la ausencia de un tema cañón que haya perpetuado en la iconografía sonora y los directos de la banda, que sí pasa en Fear of the dark, por ejemplo, o incluso Factor X. Los temas buenos no son la bomba y los malos no son tan malos.

Si rebusco bien, Mother russia es Maiden en su mejor versión, mantiene la complejidad, la estructura, los solos, los cambios. También No prayer for the dying se acerca a ese clasicismo, con la, quizá, mejor interpretación de Dickinson y excelentes arreglos de teclado y cuerdas (y un bajo mastodóntico). Es curioso que Bruce cante mejor en los temas que no compone, con un estilo más ochentero. Hooks in you y su historia sadomasoquista gusta sobre todo en el estribillo, los cambios me parecen acertados. Igual rollo hard-rock que el single Holy smoke, buen riff, directo, sin más historia ni ambición pero bien acabado y pegadizo (sí, hablamos de Iron Maiden) Y, aunque parezca increíble, creo que Fates warning es de lo mejorcito del disco.

Suficiente basura rescatada para darle una escucha a este disco.

Pero si aun así queréis más «basura made in Maiden» probad con estos enlaces: