El tiempo presente cabalga loco y sin destino para los músicos modernos, para los nuevos creadores (o los creadores viejos que hacen obras nuevas). Por eso, siempre es agradable parar un rato y compartir música con amigos y amigas. Música hecha hoy en día. Muy distinta. Traigo aquí varias propuestas que, a mi criterio, destacan entre las demás, quizá no porque sean mejores, si no, más bien, porque me han llenado con gusto las orejas. Quizá alguna te guste. Allá vamos.
The Damn Truth – Now or nowhere
Una barbaridad el tercer disco de estos canadienses. La voz de Lee-La Baum te va a enganchar, una mezcla entre Beth Hart, Skin (Skunk Anansie) y Marie Fredriksson (Roxette). No se andan alejados el guitarrista Tom Shemer, bebedor de los clásicos seventies, ni la pareja rítmica, con un bajista, PY Letellier, contundente y un baterista sobrio pero fiable, siempre con buena pegada, Dave Traina. El álbum lo produjo en su mayoría Bob Rock, con parte del contenido producido y mezclado por Jean Massicotte. Además de buenas canciones, el sonido que han logrado está un punto por encima de la media: brillante, limpio, pero, a la vez, contundente, con la voz de Baum como protagonista. Suena bello, suena sucio. A destacar, la magia hard rock de The fire y Tomorrow, la delicadeza de Everything fades (con su mezcla acústica, eléctrica), la contundencia de This is who we are, el rollo zeppelin de Full on you o Lonely o la magnífica Only love.
Cryptosis – Bionic swarm
Seguramente exagero al clasificar este álbum entre lo mejor que llevamos de año, pero es que no dejo de alucinar con el sonidazo que tiene. Salvaje, crudo, bruto: thrash moderno, heavy tecnológico, metal viejo rejuvenecido. El debut de estos holandeses suena a metal técnico al estilo de Voivod con influencias más clásicas (Kreator) y un poco de black melódico. Todo suena compacto, bien mesurado. Hay buen groove, hay shredding, hay trémolos desbocados, hay bombardeo rítmico, hay melodía. La banda la forman Laurens Houvast (voz y guitarras), Marco Prij (batería, cómo maneja el doble bombo) y Frank te Riet (bajista), que ya habían coincidido en Distillator. Por la parte más clásica, escuchamos Game of souls, Trascendence (mi favorita) o Death tecnology; con sonidos más modernos y progresivos, suenan Prospect of inmortality (Mellotron incluido), Conjuring the egoist, Decypher (ojo al bajo) o Mindscape. Una epopeya cibernética.
Evil – Hell unleashed
Seguimos con otros (casi) clásicos en esto del thrash y el metal extremo. Ocho años para este quinto largo, con mucha caña, cambios de ritmo, velocidad y potencia. Ol Drake se encarga por primera vez de las voces y resulta uno de los puntos fuertes: sin agudos ni guturales, con una presencia más que digna, buena entonación y fraseos rápidos. La batería de Ben Carter es otro elemento determinante, por su contundencia, claro, pero, sobre todo, por la variabilidad de recursos que se alejan de la rutina que escuchamos en otros discos del género; tiene un poco de Death (a veces me recuerda a Sean Reinert) y un poco de Igor Cavalera (Sepultura) incluso en los tempos con más groove. Les acompañan Joel Graham al bajo y Adam Smith a la segunda guitarra. A destacar el rollo más black de Gore o Hell unleashed, la machacante Paralysed, la oscura velocidad de Incarcerated, el ritmazo de War of attrition o Disorder o la (casi) melódica Control from above.
Angelus Apatrida – Angelus Apatrida
Habitualmente, cuando una banda denomina a uno de sus discos con el nombre de la propia banda (sin ser su debut) suele significar una llamada de atención: un nuevo principio, un cambio o un resumen, una puesta a punto. Ignoro los motivos reales que ha llevado a los de Albacete a este punto (igual no tenían nombre bueno), pero podría ser esto último, un «es lo que somos» después de veinte años de trayectoria (quince desde su primer largo). La madurez y la experiencia han ido dejando un poso en sus composiciones, en la forma de combinar las melodías de las guitarras, los riffs, y también en la fórmula en la que sus canciones acaban sonando. Este álbum, el mejor desde The call (2012), recoge todo esto. Autoproducido, grabado por Juanan López y mezclado por Christopher Harris, suena brutal y limpio, trasladando la actitud agresiva de los temas sin enmarañar los canales de los distintos músicos, error de muchas producciones extremas. Escucha Bleed the crown (qué batería, qué solo, qué riff, qué estribillo), We stand alone (puro thrash del siglo XXI), Rise and fall (qué barbaridad, qué cambios), Childhood’s end (rápida, negra), Disposable liberty (algo más pesada, con un groove magnífico), increíble cómo suena Into the well y una de mis favoritas, Empire of shame. La banda siguen siendo Guillermo Izquierdo «Polako» a la voz y la guitarra, labor que comparte con David Álvarez «Davish», con José Izquierdo al bajo y Víctor Valera a la batería.
When Rivers Meet – We fly free
Y para cerrar, una propuesta alejada de los ruidos anteriores y muy original. Duo formado por Grace y Aaron Bond, con una base acústica y bluegrass, que han facturado un buen disco de blues-rock. Grace lleva la voz principal y, como curiosidad, toca una mandolina con resonador metálico; Aaron canta en algunos cortes, hace unas increíbles armonías a Grace y se encarga de las guitarras; han colaborado Adam Bowers (bajo, batería, pianos) y Robin G. Breeze (bajo, órgano y piano). La mezcla de las dos voces y el rollazo guitarra-mandolina llama mucho la atención, pero, además, hay buenas composiciones y un sonidazo, algo cargado de delay en algunas partes, aunque nada molesto. Sirvan de ejemplo Walking on the wire, con un slide chulísimo, el aroma a blues viejo de Breaker of chains, Bound for nowhere y su rollazo voz-guitarra, el guiño hard rock de Kissing the sky y su estupendo solo, la melancólica I’d have fallen, la emotividad in crescendo de I will fight y Bury my body (pianazo) o el aroma a Tom Petty de We fly free.