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Jethro Tull – Aqualung – 1971

Cuando a finales de 1970 «los yezro» se meten en los estudios Islands de Londres a trabajar en el que sería su cuarto álbum, aún no eran nadie. Habían evolucionado a lo largo de tres entregas y sus correspondientes giras, ampliando sus capacidades compositivas, cambiando de miembros y buscando el maná artístico y comercial entre la pléyade genial de artistas variopintos que en aquel cambio de década comenzaba lo que hoy entendemos como uno de los periodos más brillantes de la Historia de la música popular, y, en especial, del rock. Y parieron otro de los discos imprescindibles de nuestro rollo, una de sus obras cumbres.

Ian Anderson compone todos los temas, canta, toca la flauta y la guitarra acústica. A su lado, uno de los guitarristas más infravalorados que haya en el planeta, Martin Barre. Se estrenaban en la banda el bajista Jeffrey Hammond Hammond y John Evan, quien se encarga de todo lo que tenga teclas (mellotron, piano, órgano). Cierra el quinteto, a la batería, Clive Bunker. Lo produjo el propio «jefe» Anderson con Terry Ellis, fundador del sello Chrysalis y sexto miembro de la banda en estos años de crecimiento.

Se divide en dos caras físicas y artísticas: una se tituló Aqualung y reúne canciones que hablan de los desfavorecidos, de crisis y, en general, del abandono vital, la soledad o la pérdida; la otra se tituló My God y contiene canciones sobre la religión, desde un punto de vista algo irónico, el poder de la Iglesia en la educación y la vida social y el control sobre el pensamiento que eso conlleva. De hecho, en la contraportada aparece un texto imitando el bíblico que comienza: «In the beginning Man created God; and in the image of Man created he him». La idea de Dios como creación voluntaria del hombre. Ahí es nada. Esa continua reflexión sobre los desfavorecidos y cómo se les ignora o aplasta, llevó a cierta polémica. Ian Anderson se hartó de escuchar una y otra vez en la promoción y la gira de Aqualung que había compuesto y grabado un disco conceptual. Tanto se cabreó el hombre que acabó dando forma a un disco conceptual que se tituló Thick as a brick, la madre y el padre de los discos concepto.

El tema Aqualung abre el disco con su riff hiperfamoso, uno de los más característicos de la banda. Barre, en los poco más de seis minutos que dura la canción, da una hermosa lección de guitarra rock. Anderson canta con precisión y entrega, dejando un estilo algo desesperado. «Feeling alone/the army’s up the road/salvation a la mode/ and a cup of tea/Aqualung my friend». Aunque da una imagen romántica del sin techo protagonista, no deja de denunciar, precisamente, el abandono y la indiferencia. Una parte central acústica, con el piano como protagonista, para derivar en una locura de final, rítmica y mágica. Sigue otra famosa Cross eyed Mary, con el protagonismo de la flauta en la intro, aunque luego deviene en un corte roquero donde Barre y Bunker están impresionantes. La protagonista, una adolescente bizca, se dedica a «prestar» su cuerpo a hombres maduros («viejos verdes») mientras cobra a los ricachones. Preciosa letra, vaya. Las acústicas y una pequeña orquesta abren Cheap day return, un corte de poco más de un minuto donde Anderson reflexiona sobre un hecho que le ocurrió al visitar a su padre: la enfermera que le cuidaba le hizo un té y le pidió un autógrafo y eso le hizo reír. El aroma acústico, y un tanto folk, sigue en Mother Goose con Anderson soplando su flauta en un tono arcaico;  el conjunto tiene un tempo y una finalización que recuerda a los bailes medievales. Más calmada, Wond’ring aloud es una joya emocional: «Wond’ring aloud/will the years treat us well/(…)/then she comes, spilling crumbs on the bed/and I shake my head». Las guitarras y la orquesta acompañan y agrandan el sentimiento. Algo más de caña, sin excesos, en el cierre con Up to me, donde se mezclan a la perfección flauta, guitarra eléctrica y voz.

La cara «religiosa» arranca con My God y reflexiona, precisamente, sobre la institución eclesiástica: «People, what have you done/locked him in his golden cage». Lejos de renegar de sus creencias, Anderson enfrenta el sentimiento y la fe en Dios a la estructura que «lo controla» para «controlar» a la gente. La canción, con sus más de siete minutos, tiene varios pasajes diferenciados, destacando un increíble solo de flauta sobre unas voces «gregorianas». Aceleramos en Hymn 43, con otra excelente interpretación de Barre, tanto en el riff cortado como en los punteos, jugando con el piano y la flauta. La letra es un remedo de los himnos que se cantan en las ceremonias protestantes «Oh, Father high in heaven/smile down upon your son/who’s busy with his money games». Vuelve el revuelo acústico con violines en Slipstream («And you press on God’s waiter your last dinre/and He hands you the bill») que, tras apenas un minuto, desemboca en otro de los momentos grandes del álbum: Locomotive breath. Una entrada de piano y guitarra, un pequeño corte y un riff de guitarra, bajo y batería preciosista, rudo y elegante a la vez que desesperado. «In the shuffling madness/of the locomotive breath/runs the all-time loser/headlong to his death». La súplica de un hombre que lo ha perdido todo y viaja en un tren sin sentido: «he hears the silence howling/catches angels as they fall/and the all-time winner/has got him by the balls». Impagable el solo de flauta. El tema fue complejo de grabar, por cierto. Cierra el disco Wind up arrancando con intimidad acústica de confesión: «When I was young, the packed me off to school/and taught me how not to play the game». Pero va musculándose «I don’t believe you: you got the whole damn thing all wrong» con Barre haciéndose protagonista, eléctrica en mano, llenando de rabia los últimos surcos del vinilo «In your pomp and all your glory/you’re a poorer man than me/as you lick the boots of death born out of fear».

La parte visual no se queda atrás. La portada es una pintura de Burton Silverman basada en fotografías que Anderson y su mujer tomaron de personas reales, en concreto de un vagabundo con el que se cruzaba en sus paseos. En el interior, un retrato de los cinco miembros de la banda, un poco alocado, un poco alegórico y asociado a esa cara sobre Dios y la religión. La carpeta interior repite las imágenes en blanco y negro con las letras en una elaborada caligrafía.

Jethro Tull es una de esas bandas de carrera dilatada que, a veces, parece de difícil acceso. Este sería, sin duda, el portal de entrada a cualquier neófito. Directo, en realidad, a pesar de ciertas complejidades, con letras cercanas en el sentimiento y excelentes interpretaciones. 

Y, en realidad, un imprescindible de la Historia del rock.

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Jethro Tull – Rebuscando en la basura de «The Broadsword and the beast»

¿Son tan malos los discos malos de nuestros artistas favoritos?

Hoy rebuscamos en la basura de Jethro Tull y su álbum de 1982 The Broadsword and the beast.

La década de los ochenta atopelló a Jethro Tull y dejó muchos cadáveres sonoros en su camino. Desde que Ian Anderson decidiera abandonar el folk-rock que tan feliz le hizo en los setenta, reformar la banda e introducirse en la modernidad de la nueva década, la irregularidad se apoderó de sus grabaciones en solitario y bajo el nombre de «los Tull». Sin embargo, de aquellos extraños trabajos rescatamos hoy el que puede que sea su último gran disco para ponerlo en valor.

De este álbum se ha dicho de todo. Anderson había abandonado su esencia y navegaba en terreno desconocido patinando sin parar. Que vivía más para sus negocios que para la música. Les atacaron por previsibles, por simplones, por dejar de lado las composiciones complejas. Y mucho odio de fans acérrimos a los sintetizadores y al poco protagonismo de la flauta. En cierto modo, la mayoría de las críticas atacaban al disco porque parecía abandonar los temas melódicos y armónicos que les hicieron famosos y buscaba un nuevo público, una modernez que no se entendía. Que no hay buenas canciones. Que parecen Moody Blues o Jean Michel Jarre. En definitiva, un disco olvidable.

Pero, ¿qué rebuscamos en la basura de este The Broadsword and the beast?

El propio Anderson aún hoy está satisfecho con él y un músico tan poco sospechoso de tener mal gusto como Steve Hackett (Genesis) adora The broadsword and the beast. Decimocuarto trabajo de estudio, cuenta con Ian Anderson en la voz principal, las guitarras acústicas y la flauta, el imprescindible y poco valorado Martin Barre a las guitarras, el bajista David Pegg (Fairport Convention) y los nuevos Peter-John Vettese al piano y los sintetizadores y Gerry Conway (Cat Stevens) a la batería. Las composiciones corren todas a cargo de Anderson, cuya creatividad explotó aquellos meses; quizá no haber editado un álbum el año anterior (como era costumbre) propició que grabaran dieciocho canciones en aquellas sesiones, de las que diez formaron parte de la edición original y las ocho restantes completaron la reedición del 2005. Anderson vivía por entonces en la isla escocesa de Skye (donde tenía una piscifactoría); a aquellas tierras llegaron los vikingos en numerosas ocasiones y las historias que allí narraban, así como lugares históricos (el fuerte de Dun Rigill), le inspiraron buena parte de estas historias. Anderson habla de sus inquietudes sociales y personales con esa clave épica reflejada en buena parte de las canciones, con el trasfondo de la decadencia del mundo occidental que él veía a su alrededor y cierto toque ecologista. El álbum se dividió en dos partes: la primera «Beastie» más personal, alrededor de los demonios internos y cómo lidiamos con la soledad y el miedo, por ejemplo; la segunda, «Broadsword», más enganchada a esa epicidad vikinga. 

La presencia de los sintetizadores y las programaciones en la mayoría de los casos está bien encajada y solo toma protagonismo en momentos puntuales; la batería suena contundente, el bajo suena dinámico y las guitarras destacan sobremanera en muchas partes. Así, la mezcla del sonido folk-rock de antaño y los elementos tecnológicos más «modernos» encajan a la perfección, en especial cómo empastan los sintetizadores con las acústicas y la flauta o el modo en que la presencia de la guitarra eléctrica deslumbra. Las canciones contiene melodías muy pegadizas y bien elaboradas, algo alejadas del prog y más cercanas al pop-rock en ocasiones, sencillas, accesibles, pero no por ello carentes de buenos arreglos y cambios de ritmo y tono. Anderson, además, está a un gran nivel como cantante, sonando muy versátil. 

Y, sobre todo, escuchamos soberbias canciones. Beastie tiene una entrada magnífica, con la voz sobre el sintetizador, una guitarra con buena presencia en el estribillo y un buen solo y unos coros poderosos. Dentro del Universo Anderson, casi suena a heavy metal de principios de los ochenta. La letra habla de esa bestia interna que nos acecha, que no podemos ocultar: «you can pop those pills and visit some psychiatrist who’ll say/there is nothing I can do for you, wverywhere’s a danger zone/I’d love to help get rid of it but i’ve got one of my own». En Clasp se mezcla lo clásico y lo moderno de la banda; suena una excelente flauta sobre una base de sintetizadores, la voz está muy trabajada en el estudio con efectos electrónicos en una melodía que podría haber salido de Aqualung; en la primera escucha, extraña, pero se ha convertido en uno de mis momentos favoritos: «lets break the journey now on some lovely road». Fallen on hard times es otra excelente, con un rollo más roquero y un ritmo pegadizo, con buena pegada de la batería. El piano de Flying colours y la melódica línea vocal abren un corte que se retuerce en una rítmica composición basada en la guitarra de Barre que viene y va en armonía con Anderson. Los arreglos de teclados en el puente y el estribillo le da un aroma a rock-pop muy de época, otro de los momentos cumbre del álbum. Broadsword, quizá la mejor del disco y de lo mejorcito de Jethro Tull después de sus años de gloria, tiene un rollo oscuro, acechante, con un crescendo hasta el solo tremendo de guitarra, donde la tensión y los arreglos se intercalan alrededor de la historia. El folk de Pussy willow, una de las fundamentales del disco, con un ritmo marcado, buen arreglo vocal y un agradable guitarreo jugando con la tensión lento-rápido; fundamental la pegada de batería en la fluidez del tema. El cierre con Cheerio, una despedida sencilla y emotiva donde los teclados suenan casi como gaitas: «I’ll pour a cup to you my darling/raise it up, say cheerio».

La parte gráfica merece un comentario aparte. Excelente en su diseño y en su concepto. El artista Iain McCaig escogió trasladar el mensaje de la canción Broadsword y su épica (casi) vikinga. De ahí la portada con la espada y Anderson en plan desafiante y socarrón y la contraportada con el barco rugiendo en las olas nocturnas. El detalle de usar las velas para los créditos y el marco figurando un cuadro del que se escapan las imágenes protagonistas tiene una fuerza increíble. En el marco se observan las cabezas de los músicos y las primeras líneas de Broadsword trasladadas a un alfabeto de runas. McCaig trabajó para Lucasfilm y le debemos diseños míticos en el mundo de Star Wars, como los personajes de Darth Maul o Padmé Amidala. Cuidado hasta el exceso, con esa caligrafía elaborada en el interior y la «galleta» del vinilo.

Suficiente basura para que te pongas a escuchar como se merece este The Broadsword and the beast. Y si ya lo amabas antes, para recrearte una vez más.

La música clásica en clave de rock y heavy metal.

Ya lo cantaban Barón Rojo allá por 1985: «el gran Beethoven hoy tocaría rock». Y es que la relación entre la música sinfónica, la música orquestal, con el rock y, sobre todo, el metal ha sido descrita y avalada en numerosas ocasiones. Lejos de hacer un tratado sobre ello, nos apetecía acercarnos a esas influencias a través de las recreaciones que algunos artistas de diverso pelaje han realizado a lo largo de la Historia de nuestro rollo. La lista es interminable, por cierto, en especial si nos zambullimos en el mundo del virtuosismo guitarrero.

Como de costumbre, dale al play y disfruta.

Emerson, Lake & Palmer – Nutrocker

Una de las bandas que más veces y mejor ha introducido composiciones clásicas en sus discos y directos. Como ejemplo, la actualización de «Cuadros de una exposición» del ruso Músorgski o este Nutrocker, un favorito de los conciertos que editaron como single en 1972, a su vez deudor de B. Bumble and the Stingers (quienes la grabaron diez años antes). Versión de la marcha de «El Cascanueces» (Nutcracker) de Tchaikovsky.

Mekong Delta – Pictures at an exhibition

Y como reflejo maligno de la anterior, también inspirada en Mussorgsky y sus «Cuadros en una exposición», por aquí dejamos un fragmento del trabajo de esta banda de thrash metal alemana formada en los ochenta. Aparece en su disco de 1996 del mismo título.

Cozy Powell – Over the top

Esta canción, que cierra el álbum de igual título publicado en 1979, viene firmada por el propio batería (Cozy), el teclista Don Airey y, claro, un tal Tchaikovsky. En ella se intercalan un largo solo de Airey, otro de Powell y el final fantasioso se lo ceden a una versión de la «Obertura solemne 1812» del amigo Piotr.

Dark Moor – Swan Lake

Y del mismo compositor no podía faltar una recreación de «El lago de los cisnes». Curioso que Tchaikovsky sea, junto a Beethoven, uno de los más habituales en esto del rock y el metal. Qué mejor que esta sorprendente versión que grabaron los madrileños Dark Moor para su Autumnal del 2009. La banda bucea a lo largo de su discografía en otros compositores clásicos, por cierto, como en la excelente Vivaldi’s winter.

Manfred Mann’s Earth Band – Starbird

En el álbum de 1976 The roaring silence escogen un tema del ballet El pájaro de fuego de Igor Stravinsky para este corte, Starbird. Fenomenal adaptación de unos tipos bregados en esto de las versiones.

Los Relámpagos – Danza del fuego

La banda madrileña se especializó en musicar con instrumentos modernos melodías añejas, clásicas o populares, haciendo de ello un estilo característico en mitad de la década de los sesenta. Valga esta muestra, un single que versionea Danza ritual del fuego de Manuel de Falla.

Lanny Cordola – Marriage of Figaro (sort of…)

El guitarrista Lanny Cordola, tras abandonar House of Lords, se lanzó a un álbum ecléctico y extraño en la que incluía este instrumental con un homenaje a «Las bodas de Fígaro» de Wolfgang Amadeus Mozart. El disco se tituló Electric warrior, acoustic soul y se editó en 1991.

Rage – Fugue No. 5 in D major

Arreglada por Victor Smolsky, los alemanes recrean esta pieza de Johan Sebastian Bach, un clásico habitual en las inspiraciones metaleras. Lo grabaron durante las sesiones de Soundchaser (2003) y apareció como extra en la edición japonesa.

Jethro Tull – Bourée

Ian Anderson recreó para el segundo Lp de su grupo, Stand up, de 1969, esta versión del «Bourée in E minor» de Bach. A pesar de la obvia copia u homenaje, sin duda el arreglo y la interpretación del flautista dan un toque muy personal al tema.

Sinfonity – Toccata & Fugue in Dm

Y siguiendo con el barroco de Bach, una versión de esta particular banda madrileña que presume de ser la única orquesta del mundo compuesta exclusivamente por guitarras eléctricas. La experiencia en directo es increíble.

Manowar – Sting of the bumblebee

En su álbum de 1988 Kings of metal grabaron esta versión del interludio «Flight of the bumblebee» (El vuelo del abejorro) que Rimsky-Korsakov compusiera para su ópera «El cuento del zar Saltan». La originalidad de este corte reside en que está interpretada al bajo por Joey DeMaio.

The Great Kat – Funeral March

Todo un personaje esta tipa. De formación clásica al violín se pasó a la guitarra eléctrica y dio una lección de velocidad y preciosismo en sus discos y directos. La imagen de agresividad y dominación seguramente le alejó del gran público, pero, sin duda, una bestia a las seis cuerdas. Entre sus muchas recreaciones de clásicos escogemos esta marcha sacada del disco Beethoven on speed (1990) que recrea la «Sonaba en B Menor para piano» del propio Beethoven.

Rainbow – Difficult to cure (Beethoven’s nine)

Claro, no podía faltar. Es inevitable acordarse de la recreación de Rainbow para el álbum del mismo título, allá por 1981. Sobre la partitura clásica Ritchie Blackmore, Roger Glover y Don Airey crean una canción que encaja en el imaginario sonoro roquero de la banda.

Miguel Ríos – Himno a la alegría

Para terminar el ciclo homenaje a Beethoven, de nuevo tiramos de la «novena» en esta versión de Waldo de los Ríos y Amado Regueiro que de manera preciosista cantó Miguel Ríos en su segundo disco, Despierta, de 1970. Un exitazo en Europa y Estados Unidos.

Uli Jon Roth & Sky Orchestra – Venga la primavera

Y si de relación entre «lo clásico» y «lo moderno» hablamos quién mejor que Uli Jon Roth, uno de los guitarristas que mejor ha introducido arreglos y estructuras orquestales en el rock. En 2003 editó Metamorphosis of Vivaldi’s four seasons con una orquesta de quince músicos y su guitarra como protagonista. La primera parte de este trabajo es una recreación de «Las cuatro estaciones» de Vivaldi.

Los Canarios – Ciclos

Y del mismo compositor y la misma obra, Los Canarios hicieron una asombrosa revisión en 1974. Arreglos e interpretación colocan este Ciclos en la cumbre musical progresiva de cualquier época para unos y en un ejercicio de nada para otros. Sea como fuere, el álbum original, doble, incluía una estación en cada cara y no se puede negar la ambición de Teddy Bautista y los suyos.

Sky – La danza

Curiosa esta adaptación del grupo australiano Sky en su debut. Escogieron una composición del español Antonio Ruiz-Pipó, virtuoso pianista, para rehacerla con un toque muy particular. La versión de Sky fue grabada en 1979.

Therion – O Fortuna

Otro compositor habitual de las recreaciones metaleras es Carl Orff y su «Carmina Burana», y entre todas, cómo no traer a Therion, banda que mezcla death y thrash metal con influencias operísticas y sinfónicas, haciendo el fragmento más famoso de la cantata de Orff. Grabado en el año 2000 para su álbum Deggial.

 
 
 
 
 
 

Canciones para un domingo de rock

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Música para un domingo roquero. Día para amar, para estar tirado en el sofá todo el día, para ir a la iglesia, para arrepentirse de lo que ayer hicimos, para hacer planes. Pero, siempre, un buen día para poner la música a tope y mover el culo. Once canciones donde nuestros músicos nos cuentan qué hacer un domingo cualquiera.

Scorpions – Loving you sunday morning

Faith No More – Easy like sunday morning

Mago de Oz – Domingo de gramos

Iggy Pop – Sunday

The Small Faces – Lazy sunday afternoon

M-Clan – Domingo de mayo

Sonic Youth – Sunday

Blackberry Smoke – Six ways to sunday

No Doubt – Sunday morning

Siddhartha – Domingo

Green Day – Church on sunday

The Cranberries – Sunday

Buffalo Tom – Sunday night

Jethro Tull – Black sunday

Queen – Lazing on a sunday afternoon

Sexo en el rock (3): ¿cuánto cuesta el amor? (prostitución y rock)

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Sexo en el rock (3): prostitución y rock.

No sé cómo se lleva esto de la prostitución en el sitio donde vivís, pero por aquí es un tema tabú: hay casas y anuncios por todos lados pero nadie va nunca. ¿De qué viven estos negocios? Ah, claro, de los músicos de rock, que no se han cortado un pelo a la hora de loar sus virtudes o de avisarnos de sus riesgos… En cualquier buena discografía encontramos referencias más o menos claras sobre el tema. Aquí entresacamos algunos de nuestros favoritos, pero hay más ¿de cuál te acuerdas?

Iron Maiden – Charlotte the harlot

Apareción en el álbum debut de la doncella, Charlotte existió de verdad en la vida del grupo. Tuvo una secuela en 22 Acacia Avenue.

Jaime López – Alma de tabique

Extraordinaria y triste composición del mexicano Jaime López. Aparece en su Oficio sin beneficio y se centra en la triste vida de la prostituta vieja de callejón: «de la peluca asoma ya su edad/la cabellera luce ya un girs mortal/cuando se apaga su esquina»

Jethro Tull – Cross-eyed Mary

Dentro del magnífico Aqualung, los Jethro se marcaron este tema sobre la prostituta bizca llamada Mary, que se lo hacía gratis a los mendigos (she’ll do it for a song). Curiosamente, Iron Maiden la versionearon años después.

Loquillo y Los Trogloditas – Todo el mundo ama a Isabel

Isabel comenzó a dedicarse por necesidad al amor pagado. El «Loco» se prenda de ella pero al despertar por la mañana se ha fugado con su American Express y su «tabaco».

Queen – Killer queen

Si en la anterior hablábamos de mendigos, ahora tratamos con una profesional de «alto standing». Ya lo dijo Freddie: la clase alta también se va de putas.

Los Suaves – Dolores se llamaba Lola

Una historia de decadencia económica y personal, la joven Lola cae en desgracia con los años y Yosi la encuentra (por casualidad, seguro) ejerciendo la prostitución bajo el nombre de Dolores: sin dinero en esta vida, ¡ay, Dolores! al burdel. Otra grande de los gallegos sobre el tema: Peligrosa María.

Héroes del Silencio – Con nombre de guerra

Tercer single del álbum Senderos de traición, en esta Bunbury se preocupa expresamente por «cobrarse» lo invertido: pensemos en lo nuestro que por eso te he pagado, aunque esta noche seas solo mercancía para mí.

Motorhead – Whorehouse blues

Lemmy va de ciudad en ciudad y no tiene tiempo para amores… Los chicos malos quieren golpearte con su látigo, nena.

Ramoncín – Mey, la lumi

No podía faltar en esta pequeña selección un clásico del primer Ramoncín muy explícito también. Su «amiga» Mey y su oficio milenario.

Obús – Complaciente o cruel

Grabada para su álbum de 1986 titulado Dejarse la piel, cuenta una dura historia: venderse con el único fin de pagarse el próximo pinchazo.

The Beatles – Ticket to ride

Sorprende la cantidad de referencias a temas escandalosos y sexuales en las letras de una banda tan idolatrada en los sesenta como The Beatles. En esta ocasión nos cuentan una historia de Berlin. Las prostitutas de la calle tenían una «autorización» para ejercer su profesión, un «ticket to ride».

Tako –  Trenzas de arena

La parte trasera del negocio: la persona que vive con tristeza el calvario monótono de ser «la puta», la que recibe a los hombres a pesar de su soledad y su indiferencia. Historia de un hotel de esos «donde se alojan chicas de papel con trenzas de arena».