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Salvador – Recién pinchado – 1979


Dudo mucho que se esté haciendo justicia hoy en día con el peso que Salvador Domínguez tiene en la Historia musical de este país: no solo por sus aventuras como guitarrista, compositor y cantante, si no, también, por su labor didáctica y divulgativa sobre la guitarra y la evolución musical del siglo XX. Creo imprescindibles sus libros: Bienvenido Mr. Rock: los primeros grupos hispanos 1957-1975 (Fundación Autor/SGAE 2002), Los hijos del rock: los grupos hispanos 1975-1989 (Fundación Autor/SGAE 2004) y Leyendas de la guitarra de blues (Carish, 2000). Como músico ha desarrollado su carrera, además de en solitario, con bandas tan reconocidas como Banzai, Tarzen, Los Canarios y Los Pekenikes. Agreguemos su labor al lado de Miguel Ríos en momentos imprescindibles de nuestro rock.

El disco que hoy traigo fue el segundo que lanzó como artista en solitario, bajo el nombre de Salvador, en 1979. Ya había girado y grabado con Los Canarios (Canarios Vivos, 72) y estaba con Los Pekenikes cuando formó una aventura llamada Banana. En apenas un par de años el grupo fue cohesionándose y dando vida a un repertorio propio que pasearon por diversos escenarios. Aquellos años, escribió el propio Salvador, «el jolgorio era continuo, y podías pasarte tres días seguidos colocado y sin pegar ojo, rodeado de chicas vistosas con auténtica vocación de osas hormigueras en celo». Toda aquella movida no interrumpió su ambición de ganarse la vida con su banda. Julián Ruiz se unió a la aventura como amigo, consejero y, finalmente, productor. Por diferentes razones, que contaremos en su momento, lo que debería haber sido el primer disco del grupo Banana se convirtió en el primero en solitario de Salvador, que, sorpresa, se tituló Banana (78). La canción de aquel álbum Es una broma coincidió en las radios con El capitán Trueno de Asfalto, Necesito un trago de Tequila, El rey del pollo frito de W.C.? o Este Madrid de Leño. Casi nada. La aventura de Salvador le llevó a tocar por toda España. Cuando en el verano siguiente entra al estudio a grabar su segundo largo la aventura se tuerce y un giro de los acontecimientos cambia su suerte. Primero, su productor y colega Julián Ruiz abandona la grabación apenas comenzada. Después, una vez terminada con Carlos Narea a los mandos, la compañía Polydor intentó encasillarle en el rock para adolescentes y las críticas interesadas comenzaron a molestarle: no se encontraba a gusto y decidió tomar un vuelo a su querido Londres para, como él dice, «seguir mamando de la teta del rock, ver conciertos con los músicos locales más golfos y decadentes, intentado con ello mejorar mis prestaciones guitarreras y sexuales». 

Y en ese verano, en esas circunstancias, se grabó este Recién pinchado. Un disco ecléctico. Por un lado, en las composiciones mezcla el rock, el funk y los sonidos disco característicos de aquella época con letras en castellano y en inglés. Por otro lado, hay dos canciones producidas con Julián Ruiz y otras seis con Carlos Narea. Le acompañan en el estudio Larry Arriaga como baterista, Miguel Ángel Gonzálex, Carlos Atias y Eduardo Ramírez como bajistas y Rafa Guillermo a los teclados. El propio Domínguez canta en seis de los cortes, dejando todo el protagonismo a Miguel Ríos en otro y aportando un instrumental, quizá el rollo más heavy.

El álbum inspira su título en el primer corte, Pincha el disco, una irónica letra sobre la forma de promocionar de las discográficas «de radio en radio y de café en café/ruedas de prensa, conciertos que tienes que ver/hay un producto vendible que debes cuidar/que luego el artista y él te va a preguntar» mostrando la falta de interés artístico del negocio «el objetivo es muy claro y no lo puedes fallar/más de doscientas mil copias es la cifra ideal». Un riff melódico (de esos que gusta silbar), un estribillo  a varias voces (canta Sherpa) muy chulo y una línea de bajo a escuchar atentamente. El rollo discotequero/funky aparece en Hold on, con protagonismo de la guitarra sintetizada. Un tema enganchado a las tendencias sajonas por estructura y producción. «So love me babe, I know you can/watcha gonna do? As far as I can say». La disparatada Agente secreto es uno de los puntos fuertes, por su letra vacilona sobre un espía al estilo James Bond y por su fantástica interpretación. Me puede ese bajo, ese guitarreo en los solos, ese estribillo mezclando la voz de Salvador con el coro femenino y vaya batería. Aunque se notan los años transcurridos en el sonido, con una buena remasterización daría para mucho hoy. Y la cara A se cierra con el aporte de Miguel Ríos, quien canta y compone la letra de El regreso del juglar: «la gran ciudad se estremeció/cuando leyó el cartel que anunciaba/el regreso del juglar». Una idea que retomó el propio Domínguez en temas como «Voy a tu ciudad». El juglar del rocanrol le pega muy bien a este tipo. Comienza con una ligera guitarra preciosa; la voz sigue una línea melódica con dejes al-andalus al estilo que hacía por entonces el propio Miguel; el estribillo se endurece, y no puedo dejar de pensar en lo que Jose Carlos Molina hizo con Ñu. 

La cara B no pierde su eclecticismo. Comienza con Do it (to me), que salió de single junto a Agente secreto (las dos producidas por Julián Ruiz). Nuevamente suena ese rollo funky, con un toque divertido, buenos pasajes de guitarra y un sintetizador muy bien metido por Rafa Guillermo, con una parte solista intercambiando con Salvador. Canción de follar, por cierto: «you know you should do it/I’m gonna exciete you, just for a while». Un toque de psicodelia discotequera se respira en Won’t you come around with me? donde escuchamos el delicado saxo de Jorge Sylvester en el estribillo y en la parte central del tema, destacando por su sensualidad («don’t you know/love is the only thing that we got»). Qué bueno el solo, sentido, melodioso, y el trabajo de Miguel Angel González al bajo. Un instrumental fantástico y con cierto deje metalero de curioso título sigue a continuación; Payaso de fuego (Fireclown) marca ese punto distintivo en el disco, ajeno a modas o ventas. Muy breve, rompe con un interludio donde el piano y el coro dan paso a una segunda sección de auténtico desvarío guitarrero. La final Después de aquellas noches tampoco deja indiferente; una composición y producción moderna (para la época) con otro buen sinte de Rafa Guillermo: «después de aquellas noches, cuando volaba sin parar/de flor en flor, buscando algo que no existe/llegó una estrella de otra dimensión».

Este álbum, junto con el anterior Banana, no dejan de ser un ente bicéfalo y aislado en la música de nuestro país, que, bien es cierto, suenan lejanos hoy en día. Pero, en realidad, es una muestra magnífica de una transición musical que derivó en La Nueva Ola, La Movida y todo el boom del heavy de la primera mitad de los ochenta. Grande Salvador Domínguez.

Y de regalo os dejo dos vídeos: el primero, Salvador tocando un solo de guitarra con Los Pekenikes; el segundo, demostrando que poca gente sabe tanto como él de la Historia del rock y el pop en este país. ¿Cuándo le dan la Cátedra?

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Miguel Ríos – Rocanrol bumerang – 1980

Escuchando Rocanrol bumerang me di cuenta que, a pesar de los cuarenta años transcurridos, sigue de actualidad, para bien y para mal, tanto por sus temáticas como por su excelente sonido. Porque esto es un clasicazo y, en cierto modo, el disco que lo comenzó todo en el subidón comercial del rock de los ochenta en España. Miguel Ríos se rodeó de un grupo fantástico de músicos. En la máquina de creación tenía a Carlos Narea y a Tato Gómez. De la mano de Narea vino Roque Narvaja y dos composiciones importantes para el éxito del disco. De la mano de Tato vinieron sus compañeros del grupo Santiago, el guitarrista galés John Parsons, Serge Maillard y Mario Argandoña. Súmale dos excelentes guitarristas más: Javier Vargas y Salvador Domínguez. Juntos y un poco revueltos completaron las nueve canciones que forman Rocanrol bumerang en Madrid (estudios Eurosonic) y Colonia (Sound Studio N) duante febrero y marzo de 1980. El álbum triunfó y la fórmula se repitió en los siguientes tres discos, incluyendo el imprescindible directo Rock & Ríos (1982).

El contenido sonoro y las letras giran alrededor del rocanrol y de la nueva vida, de la generación que comenzaba una inocente democracia. La inicial Rocanrol bumerang reivindica la fuerza del rock como elemento vital, enfrentándolo a las modas sonoras del final de los setenta y el abandono que había sufrido: «el rock es un bumerang/por eso siempre volverá». Quizá imaginaba que, gracias a él, y a otros como él, se vivirían años de gloria en el rock nacional muy pronto «algunos lo enterraron en este país/ahogándolo entre modas/y como el ave fénix de la imaginación/se nos presenta ahora». ¿Igual que hoy, cuarenta años después? Salvador hace un magnífico trabajo y tiene un arreglo de metales brutal. Siguiendo la estela guitarrera, suenan varios cortes. Lua, lua, lua la compuso Miguel en honor a su hija, insistiendo en la transmisión generacional «cuando crezcas algo/llena tu cabeza de rock/será como un juego/para conocernos mejor». Un rock’n’roll de vieja escuela con Vargas a tope y un piano grande tocado por Rafael Guillermo. «No harán falta palabras/si conectamos con el rock».

Los neones que inundaban la noche protagonizan dos canciones bien distintas. En La ciudad de neón nos cuenta la historia de un joven que pasa por la cárcel tras un robo y piensa en las noches que se pierde «se emborrachaban de neón/y de fumar con las tías/y sobre todo se flipaban/con la caña de un rock and roll». Otra lección de guitarra de Salvador, por cierto. Y más neón en Nueva ola, con un rollo «moderno» para tratar la creciente normalidad favorecida por intereses «una mano luminosa de neón de color rosa/se ha acercado a la ciudad/y por las calles, las aceras, los tejados y las cuevas/neón de color rosa se hace cargo de las cosas» porque «aquí alguien controla en forma de nueva ola lo que va a suceder». El último ramalazo de caña lo escuchamos en El laberinto, reivindicando las pocas oportunidades que tienen los jóvenes de la ciudad «hay gente joven/que tiemblan ante el porvenir/se sienten atrapados/en medio de un ambiente hostil». ¿Han pasado cuarenta años? «Sin curro y sin dinero/trapicheando para subsistir/algunos cuelgan/como salidos de un mal trip». Vida precaria, drogas, desesperanza.

Mezcladas entre tanto guitarrazo suenan baladas y medios tiempos, quizá el estilo por el que Miguel Ríos se ha hecho tan famoso. La primera que suena, y la canción que justifica por sí sola la fama de este disco, la compuso Narvaja y se titula Santa Lucía, uno de los cortes más importantes del poprock nacional. Una canción de necesidad y amor, de oportunidades y deseos «me pregunto si algún día te veré/ya se todo de tu vida y sin embargo/no conozco ni un detalle de ti». Con un fantástico crescendo, una gran acústica, la percusión muy bien trabajada y un arreglo de cuerda sencillo pero clave en el sonido final, todo encaja «abre las puertas/cierra los ojos/vamos a vernos/poquito a poco». ¿Quién no conoce a esta santa? Como curiosidad: cuando iban a editar el disco hicieron dos versiones; la primera, para el mercado europeo, incluía Santa Lucía; la segunda, para el mercado nacional, la dejaba fuera. Por lo visto Miguel Ríos no quería volver a «triunfar» con una canción «al estilo del Himno a la alegría» y sí por su vertiente más «dura». Afortunadamente para él, se decidió hacer una sola versión. Otro gran corte es La canción de los 80, un medio tiempo, compuesto también por Narvaja junto a Miguel, con protagonismo de la acústica y el piano eléctrico. Obviamente, reflexiona sobre la década que empieza «el mundo seguirá su curso antiguo/pero a velocidades de futuro» porque la incertidumbre del presente y el porvenir es grande «la gente angustiada mira al cielo/en busca de algo de amor/la vida cotidiana se reduce/a una carrera sin valor» y siempre hay esperanza «pero en medio de la noche estas tú/con tu fuerza, tu belleza, con tu luz/ayudándome a seguir». En el fondo, una canción de esperanza amarga que tiene pleno significado cuatro décadas después.

No hay mucho espacio para el amor al uso; ahí suena Compañera, balada sencilla de piano y buenos arreglos de cuerda y vientos, con la que agradecer la vida en pareja «tan solo quiero que estemos juntos/que seas mi viento para navegar». Y el disco se cierra con la sorprendente Sueño espacial, emparejada, quizá, con sus composiciones más experimentales, y una doble interpretación: por un lado, los extraterrestres te han elegido para un viaje interestelar y admirar el futuro de la Humanidad, pero, por otro lado, un canto al futuro del individuo, al futuro de un país que se desperezaba «relájate y sé feliz/porque no estás solo/en el Universo hay más/hijos de la energía» y al final «vivirás tus sueños/porque el hombre vencerá/ya sabes ¡no estás solo!».

La portada la diseñó Juanjo Díaz y la realización de la funda corrió a cargo de Orestes. El sonido es excelente; no todo el rock de los ochenta sonaba mal. Aquí hay dinero: grabado, mezclado y masterizado en Alemania. Disfrutad de este discazo por el que no pasan los años…